Marindia y Epicuro
Es domingo y
dejó de llover. Temprano en la mañana cayeron unas gotas y luego, pasado el
mediodía, salió el sol. Comencé a caminar desde Las Toscas en dirección a
Atlántida. Atravesé algunas callecitas en zigzag y desemboqué en la playa.
Calcé unos auriculares y allí empecé, acompañado de una selección de canciones
de Brasil. Algo de Caetano, algo de Gilberto, algo de Jorge Ben y unas cosas
nuevas de hip hop que me recomendó el Ruso. Entre ellas, Mano Brown y Criolo.
Anduve en
algunas cavilaciones en relación al amor. El caminar no es una solución mágica,
pero aclara los pensamientos. Hace que muchas de nuestras contradicciones se
suavicen. Dejo librado a la experimentación de cada uno el observar ese efecto.
Desde ya que no en todas las personas funciona de la misma manera. En mi caso,
y también sucede así cuando salgo a correr, esa suavidad, o incluso a veces la
disolución de una contradicción surge a posteriori.
Como si en
el caminar aún no pudiesen vislumbrarse del todo las posibles acciones o líneas
de movimiento. “Voy hacia lo que menos conocí en mi vida, voy hacia mi cuerpo”,
dice en un poema Héctor Viel Temperley. Supongo que caminamos para recordar el
cuerpo. Hace unos días, una amiga en su cumpleaños dijo “Vamos a bailar que se
te hace viejo”.
Primero caminé durante hora y media, sólo interrumpida para meterme al mar.
Hacía un poco de frío afuera, pero como siempre el agua es cálida y con el sólo
pasar de unos minutos ya el cuerpo se
aclimata. Sí, otra vez el cuerpo.
Después
retomé camino, crucé el Águila, una especie de mirador que se encuentra frente a la playa y que un
italiano en el año 45’
mandó a construir. Se tejieron diversas hipótesis, una más descabellada que la
otra: nazis, energía cósmica, entre otras.
Lo
concreto, y lo que a mí más me llamó la atención, es que a partir del Águila el
paisaje cambia notoriamente. Se pasa de un paisaje urbano, que comienza en
Parque del Plata y continúa hasta Atlántida, a una zona más boscosa, con alguna
que otra barranca alta. Inevitable pensar en las barrancas del Paraná.
En la última
parada hice algunos movimientos rudimentarios de chi kung, me instalé entre
unos árboles y escribí algunas cosas en relación a las cavilaciones que
mencionaba antes. Me quedó reverberando una frase más, es de Epicuro, de Carta
sobre la Felicidad:
Todo lo que es natural es fácil de conseguir, difícil es todo lo que es inútil.
Una vez
atravesado el bosquecito llegué a un pueblo. Estaba en el Fortín. Lo supe
después de preguntar a unas personas. Inevitable sentirse en ese momento un
expedicionario que recién aparece en la faz de la tierra.
Llegué a la
ruta, compré un tabaco y esperé el colectivo para volver a Las Toscas. Calculo
que fueron tres horas de caminata. En ese rato se apagaron un par de miedos, o
un par de ideas un tanto contradictorias sobre el futuro. Porque no se sabe
nada de él. Apenas si sabemos algo de hoy, mañana, la próxima semana.
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