Del doble movimiento de las cosas, y de la atracción.

Fotografía: Mery Arias


El movimiento de las cosas es doble: natural, extra-natural. Natural, el que proviene de un principio intrínseco; extra-natural, el que proviene de un principio extrínseco. Por otra parte, es natural el movimiento que está en acuerdo con la naturaleza, la constitución, la generación; extra-natural, aquel que no lo está. Este último es él mismo doble: violento, cuando está contra la naturaleza; ordenado y coordinable, cuando no choca contra ella.
El movimiento natural, para hablar comúnmente, se produce según todas las especies y las categorías, sin distinción entre movimiento y mutación. Por el momento, dejemos de lado todos los otros movimientos y sus especies, y reflexionemos sobre el movimiento natural en función del lugar.
Diremos que es de dos tipos: uno pertenece a las cosas constituidas naturalmente y que subsisten en su propio lugar; este movimiento es circular o bien imita el movimiento circular. El otro es el de las cosas constituidas no naturalmente; ese movimiento es rectilíneo. De hecho, el aire se mueve en línea recta para llenar el vacío, la piedra se mueve en línea recta a través del aire, y los cuerpos más pesados, penetrando en el agua, se desplazan a fin de encontrar un lugar en el que descansar inmóviles o bien moverse naturalmente; otro tanto puede hacerse en línea recta, un contrario huye de su contrario, como el humo, el vapor, el agua huyen del fuego (pues es por la línea recta que se va más lejos y más rápido); también en línea recta lo semejante tiende a lo semejante y hacia lo que concuerda con él, como la paja hacia el ámbar, el hierro hacia el imán, a fin de reposar inmóvil o de moverse conjuntamente de manera mejor y más satisfactoria. Es un tercer tipo de movimiento el que es flujo e influjo de todas las partes, resultantes de todos los cuerpos naturales que emiten múltiples formas alrededor; por el momento, llamemos a ese movimiento esférico. Él no sigue una línea recta, no es ni centrífugo ni centrípeto, no gira tampoco alrededor del centro, pero sigue líneas en número infinito a partir de ese mismo centro, puesto que a partir del perímetro convexo o de toda la superficie, desde el interior, todos los cuerpos proyectan y emiten algo, luego lo retoman nuevamente y lo recogen en sí mismos; ellos crecen y toman vigor, porque el influjo de los elementos compatibles excede la afluencia, luego envejecen, decrecen, se debilitan cuando el influjo de los elementos extraños y la afluencia de las partes naturales se intensifican.
Es por esta razón que al final la corrupción y la mutación alcanzan a las cosas, no siendo toda mutación más que alteración o disolución. Sobre estos dos primeros tipos de movimiento, no hay ninguna controversia de sentido, siendo comúnmente admitidas estas observaciones y esta enumeración; un examen más profundo revelará que el tercer movimiento es no solamente verdadero y apropiado, sino también necesario. Es sobre todo perceptible en las sustancias que tienen cualidades de extrema sensibilidad, como el fuego que no calienta de un solo costado, o una sola parte, sino que calienta todo el medio alrededor, y cuando se despierta de repente, abraza e ilumina en todas las direcciones; del mismo modo la voz, el sonido, en un medio homogéneo, penetran igualmente alrededor suyo. El sentido olfativo pone también en evidencia que constantemente emanan partículas de las sustancias aromáticas; ahora bien este accidente no llena la atmósfera circundante sin que sea difundido un compuesto a través de ciertas partes, cierta sustancia. Del mismo modo que ese tipo de apariencia, de simulacro  y de accidentes sensibles, otros innumerables accidentes ligados a ciertas partes se propagan, mientras que estas partes se encuentran increíblemente alejadas de los minúsculos objetos sensibles de los que emanan: se lo constata fácilmente en esas cosas que continúan conservando su perfume un gran número de años, a pesar de su pequeño volumen.
Además de las cualidades o las virtudes sensibles que emanan de los cuerpos en la esfera circundante, son otras, más espirituales y menos volátiles, las que actúan no solamente sobre el cuerpo y los sentidos, sino también sobre las profundidades del espíritu, y alcanzan facultades del alma más enterradas, induciendo afecciones y pasiones.
Todo esto es muy claro al observar la virtud de muchas piedras y raíces, de numerosos minerales; es lo que aparece también en las fascinaciones y en la operación activa o pasiva de la suerte echada a través de la ojeada: así el basílico puede matar a un hombre sitiado a buena distancia solo por su mirada penetrante.

De la magia
Giordano Bruno
Publicado por primera vez en 1588
Edición de Cactus, 2014

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