Lo cerrado y lo abierto





Foto: Gabriela Muzzio
Qué diferencias hay entre reservar la propia vida, el espacio privado, íntimo, delicado, espacio al que sólo las personas más cercanas acceden, espacio de amuletos, de cruce de energías muy personales y muy esenciales. Qué diferencia hay, entonces, entre cuidar eso y volverse un ser hermético y cerrado al espacio exterior.

En el primer caso, quizá, lo que predomina sea algún valor del orden del cuidado. Cuidado, primero, en no volverse un ser extrovertido y opinante de todo acontecimiento que nos conmueve. Y cuidado también en hacer de ese espacio una zona de individuación. Una zona donde nuestras partes se reúnen y dicen “ahora sí”. 


Esa unión es un punto de búsqueda. En épocas de saturación de medios a la mano, a mí se me vuelve bastante esencial el elegir. Qué es lo que quieren decir algunos poemas, o mejor, qué es lo que estoy queriendo decir en un poema, o en una carta o en un texto cuyo destinatario es, a veces, incierto.

Si afuera hace frío buscamos calor. Si afuera hay demasiado ruido, puede que en algún momento necesitemos del silencio. Supongo que todos tenemos algún tipo de mecanismo, más o menos aprendido, para balancear esas entradas de información.

A veces me detengo largo rato a observar si la tendencia que predomina en mí es a la apertura o a la clausura. Inevitablemente es imposible una sin la otra. Un ser todo abierto sería un ser desmembrado. Tendría la forma de un panadero. Esas pelotas de pelos blancos que parecen nubes en miniatura. Abrir es, siempre, la tendencia que termina predominando. Clausurar es, a veces, necesario para ordenar, para dejar correr el hilo de algo que empieza y que ese hilo tenga sus propias derivaciones con la menor influencia posible del espacio exterior.

La pregunta por lo privado y lo no privado sobrevuela estas líneas. En el caso de la reserva, del cuidado de sí que se retira por un rato de la vida visible, es motivado por un valor relacionado con el cuidado. En el caso de la clausura, nunca debe ser definitiva. Porque tal punto quizá se parecería a la detención. En todo caso, el valor que predomina en lo cerrado es la ordenación. Si en lo cerrado predomina el miedo es un disvalor. Es decir, una reacción primitiva e infundada. Lo abierto es el efecto de lo cerrado, pero también el efecto de esa misma apertura.

En la encuadernación, por ejemplo, muchos detalles técnicos quedan escondidos una vez terminado el libro. Como si de alguna manera fuese un arte hecho de ocultamientos. Es en el funcionamiento donde se perciben los efectos de la técnica y el detalle. El libro terminado es un objeto que funciona y ese funcionamiento responde a lo que de técnica lleva en sí.

Podríamos decir entonces: el valor de lo abierto es la acción. El disvalor de lo abierto es la dispersión. El valor de lo cerrado es la ordenación. El disvalor es el aislamiento.

La próxima entrada estará relacionada con la materia prima de la encuadernación, el papel, sus características y la importancia del sentido de la fibra.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Los demás no lo necesitan a usted como escritor, lo necesitan como buen vecino

El sentido de la fibra

El niño de Wong III