2 . El gesto mínimo del agua



En un viejo estanque
la rana salta
el sonido del agua
Basho

Hacer papel marmolado genera cierto encantamiento. Por algunas de sus características nos deja siempre en estado de aprendizaje, en eso se parece a la poesía, o a cualquier disciplina en la que se conjuga técnica e intuición.

A cada momento se producen pequeñas variaciones. En la batea, el espesante elegido se ve afectado por el tipo de agua, la humedad y la temperatura. Cada pintura, según el pigmento, actúa de una manera diferente.

Al aprender la técnica conocemos las proporciones, las relaciones entre los elementos, el papel conveniente, el mordiente que utilizamos para que el color se fije, los tipos de pintura. Hay, sin embargo, relaciones que es casi imposible explicar. ¿Por qué alguien elige determinados colores, patrones o peinados? ¿Por qué alguien prefiere dibujar y alguien prefiere el azar?

La imagen que vemos en la batea nunca se transfiere exactamente al papel. Como si pudiésemos ver, en un breve lapso de tiempo, la diferencia entre aquello que vemos y aquello que quedará fijo. Lo que pensamos, en esta técnica, casi no cuenta. O cuenta, sí, como intuición que puede deshacerse en cuestión de segundos. De este modo se vuelve una práctica puramente intuitiva, se procede por tanteos, por experimentos sutiles en la combinación de colores y en los trazos en el agua.

Existen, a grandes rasgos, tres maneras diferentes de relacionarse con la tradición del papel marmolado. La primera es el suminagashi, se caracteriza por un minimalismo en la cantidad de colores y por generar imágenes abstractas casi simplemente a partir de la acumulación de pintura en círculos concéntricos que luego se deforman con abanicos o por el mismo aliento de quien está pintando. Debido a que las pinturas generan fondos claros, se suelen utilizar como soporte de caligrafía.

La segunda es el ebrú. Actualmente se practica en Turquía y  es heredero de la tradición Persa. Allí la técnica incorpora un espesante a la batea y se vuelve más exigente en relación a la capacidad de dominio de las formas. Es muy común ver formatos de flores, derviches, lunas, paisajes, generados a partir de largos procesos de aprendizaje y de un gran dominio de los elementos en juego.

En Europa la técnica empieza a ser utlizada como papel guarda y es donde aparecen los patrones o secuencias más o menos uniformes: peinados, caracolas, goteos, plegado español.

De estas tres vertientes sigo prefiriendo las formas japonesas. De algún modo, el goteo es el gesto mínimo de la técnica. Ya sea mediante escobillas o mediante punzones, todo empieza en una gota, y otra gota que se añade a la primera, y así sucesivamente.

La decisión de cuándo detenerse es tan personal que es imposible no pensar en esta técnica como en un pariente cercano de la poesía japonesa. El gesto mínimo y familiar de encontrarse con la naturaleza, mano a mano, con el agua como elemento central y el impulso de la mano como un anexo tímido, nunca primordial, siempre accesorio, como si la mano no tuviese más que seguir una secuencia interna en consonancia con el ritmo del mundo natural.





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