Los demás no lo necesitan a usted como escritor, lo necesitan como buen vecino

Su vida trasncurre en Yala, un pueblo de casi dos mil habitantes en la provincia de Jujuy. Desde allí habló con Tropofonia. “Me parece bien no encajar la literatura en lo académico, porque es una forma de embalsamamiento”, dice.
Abogado, periodista y ex juez. Uno de los narradores argentinos más importantes. Habla del tiempo de escritura, el exilio, las exigencias del mercado y sus raíces.

Mi familia está compuesta por mi mujer y tres hijos, de los cuales dos viven en Europa, uno vive en Francia, el otro en Madrid, donde es periodista. Mis nietos están repartidos por todos lados, tengo siete, es decir, siete posibilidades de malcriar. A quienes veo en los viajes a Europa.
Hay alguien que dice que las mujeres de la ficción siempre traen problemas con las mujeres de la realidad. ¿Cómo ha llevado ese tema?
Bien, por supuesto después de largas y arduas conversaciones y diálogos.
¿Publicó por primera vez en Méjico, qué sensación le produjo?
Lo que se publicó allá lo había empezado a escribir aquí, nada más que no pensaba publicarlo, simplemente guardé las cuartillas en la valija y de pronto, allá, conversando con algunos amigos, el novelista Demetrio Aguilera Malta me pidió que le mostrara algunas cosas y dijo: “esto hay que publicarlo”, entonces me presentó un editor, una persona muy curiosa, desgraciadamente ha muerto ya, era un canadiense que vivía en Méjico y tenía una pequeña editorial. Me llamó a mi casa y dijo: lo vamos a publicar de inmediato, vamos a hacer 2000 ejemplares. Yo pensaba que se había vuelto loco. ¿A quién se los vas a vender? –le dije. Y me respondió: Ya los tengo todos vendidos. Ahí si empecé a pensar que este hombre era un loco. Hasta que me explicó: él tenía un fabuloso fichero de todas las cátedras de literatura en español en el mundo, eran afiliados y una vez editados (los libros) él se los mandaba por correo. Ahí comenzaron a salir las primeras ediciones de Juan José Arreola, Carlos Fuentes, incluso de Camilo José Cela. Una vez que se editó lo de Méjico, después en la Habana me dieron el premio de Casa de las Américas, se fue uniendo una cosa con la otra de manera que no tuve ningún problema para editar.
Entiendo que ha sido una excepción, la pelotita ha caído de mi parte, pero es un poco arduo porque movilizar todo el apartato industrial-cultural es muy costoso. Los editores tienen una especie de letanía y dicen: “vamos a esperar que realmente usted sea un poco más conocido, y entonces vamos a publicar”. Pero eso es una especie de tomadura de pelo, porque si no edita no va a ser conocido nunca. Hoy hay otras formas de publicar que no existían en aquél momento, la electrónica, aunque la relación del lector con una pantalla no es la misma que la relación del lector tradicional con un libro, más íntima, menos cibernética.

¿Participa de lecturas en público? ¿Qué opina de esos espacios?
No es un género que me guste practicar realmente. No me siento muy cómodo, a veces no hay mas remedio porque son imposiciones de las editoriales, uno tiene que ir a la presentación de un libro, o a firmar ejemplares en la Feria del Libro. Un real diálogo extenso y  sincero, abierto y claro entre el escritor y el público no se da en esos lugares. El escritor tiene un diálogo con el lector, pero casi nunca lo ve. Pienso que la literatura participa del género epistolar, uno más largo otro más breve, pero en definitiva es como una carta que uno envía a un destinatario que quizá nunca va a conocer, pero de pronto uno tiene la sensación que ha dado en el blanco, porque hay gente absolutamente desconocida para uno, con la cual ni siquiera va a tener la posibilidad de volver a encontrar, que le dice de qué manera el libro le ha importado en el momento de leerlo, de manera que el diálogo entre escritor y lector no se da de viva voz y delante de público numeroso.

Hace unos meses en Colombia se convocó a 39 escritores menores de 39 años, para hablar de la identidad de la literatura latinoamericana. ¿Existe tal identidad o le parece una necesidad de la crítica?
Es una imposición del mercado en que vivimos. Uno no puede rasgarse las vestiduras, en definitiva eso existe, así como mi generación respondía a lo que se llamaba el compromiso, la generación actual vive al margen de la realidad que la rodea. Con el cuento de que las ideologías se han muerto, lo cual es una soberana estupidez, además de un cierto cinismo, porque incluso quienes dicen eso son de derecha. Esto es lo que ha hecho el mercado con la literatura y el mercado en general.

¿Cambió su relación con Jujuy antes y después del exilio?
En realidad antes del exilio, de ser expulsado de mi propio país al comienzo del gobierno militar, he vivido mucho tiempo fuera del país. Pero ni siquiera cuando tenía que ejercer mis funciones como cónsul soportaba vivir en las grandes ciudades, por lo general buscaba un sitio lo más alejado posible del conglomerado urbano. No extrañé. Cuando vine buscaba un lugar donde me sintiera cómodo, donde conociera a la gente, y donde no fuera tan caro vivir. Lo que necesita un escritor, además de lápiz y papel, y por supuesto voluntad, impulso de trabajo, es tiempo y en las grandes ciudades es caro, en el campo no es caro. Usted es escritor solamente cuando está entre cuatro paredes, en el retiro de su propia casa. Los demás no lo necesitan a usted como escritor, lo necesitan como buen vecino. Porque en definitiva, los campesinos no necesitan de la novela porque viven realmente en un mundo donde no están buscando la mitología que escribieron o escriben otros, sino que conviven con ese mundo de los sueños, con ese mundo de la imaginación. La imaginación va despareciendo con el auge de la electrónica, toda la historia de lo que sea sale en una pantalla. La memoria está siendo cada vez más arruinada, y es fundamental para el escritor. Uno escribe con la memoria, pero es fuerte cuando se la practica. Desde niño nos enseñaban a utilizar y desarrollar la memoria, inclusive con ayuda de cantitos para aprender la tabla de multiplicar, hoy en día eso no significa nada. La memoria ha desaparecido, el cúmulo de conocimientos e información es tan grande que prácticamente la imaginación está desapareciendo, sin darse que cuenta que ésta ha sido el gran motor de la historia, del progreso, por ejemplo, Babel es una creación imaginaria, América y los viajes antes de que se descubriera, han sido consecuencia de la imaginación, los viajes para medir la longitud del Ecuador, es un producto de la imaginación.
¿Cómo ha manejado el tiempo entre su profesión –abogado/juez-  y la escritura? ¿establece horas de trabajo o espera el momento de inspiración?
No, nunca esperé la inspiración, no estoy negándola. Simplemente me levanto a las cinco y media, a más tardar, y a partir de ahí trabajo hasta que siento que lo que estoy haciendo es solamente a impulsos de la voluntad. En cuanto a mi actividad como juez en estos últimos años, no son incompatibles la narrativa de ficción y el discurso jurídico. Creo que se complementan bastante bien.
¿Hoy está escribiendo algo autobiográfico o vinculado a la realidad?
Esa división nunca la comprendí. Todo lo que un autor escribe es autobiográfico. Lo último que entregué a quien es mi agente literario que vive en Barcelona es una especie de memorias, que supongo que saldrá a comienzos del año que viene (2008). Con respecto a lo que estoy escribiendo; no debemos vender la piel antes de cazar el oso…

Sobre la película “El destino”
Al estreno no fui porque nunca falta alguien que pida que hable, la vez que lo hice fue cuando se estreno una novela mía en el Teatro Colón, me dio un problema de hipertensión, por lo general huyo de ese tipo de actos.

Traté de hacer el esfuerzo de ir a ver la película de “otro”, una película un tanto ajena. Esto es siempre igual: no conozco un escritor que se haya sentido complacido con la novela. Aunque hay algunas versiones que son mejores que la novela. Buñuel decía que filmaba sólo novelas que fueran malas. El cine es otra cosa, otro lenguaje, otra forma de narrar, esta dirigido a otro público, no busca el público anónimo y silencioso

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