Tristán Narvaja: postal de una feria

 


Dicen los viajeros que las ferias son la síntesis de una ciudad. Así también con los trenes y algunos edificios. Lo cierto es que las ferias forman parte del origen mismo del intercambio. La encuadernación daifuko cho, de origen chino, cuya aparición data del siglo IX, fue en su origen una libreta de cuentas comerciales para los feriantes.


Algo de eso pasa con Tristán Narvaja, la feria más grande de Uruguay, que funciona cada domingo desde la mañana hasta las 3 de la tarde. Fundada desde hace más de cien años, lleva el nombre de un jurista argentino radicado en el país.

Se extiende desde la Av. 18 de Julio, comenzando en la calle Tristán Narvaja, hasta Cerro Largo, aunque sus límites varían. En total son alrededor de 15 manzanas cubiertas de puestos, mesas, paños, estanterías, percheros y carros de comida. Se calcula que son alrededor de 3000 los puestos que existen, aunque es una cifra difícil de precisar.

La feria incluye una “periferia”, como toda ciudad, donde se pueden encontrar desde puertas, ventanas, estantes, herramientas y todo lo que los y las changarines consiguen durante la semana o guardan en depósitos o galpones para llevar el domingo.

Participo de la feria desde hace unos cuatro años, en los últimos dos, se acentuó la diversidad de procedencias: Perú, Cuba, Venezuela, Colombia, Chile, Brasil, Argentina. Hay quienes suman a las propuestas cosas típicas de sus países: arepas venezolanas, habanos cubanos, paños peruanos. Conviven, desde ya, artesanía, arte y reventa.

El lenguaje es protagonista de las ferias, desde la jerga típica de “aproveche vecina”, “todo barato”, “qué le vendo?” a discusiones territoriales por el espacio, “que yo armo acá desde hace 10 años”, “que tenés que preguntar”, etc.

El armado de la feria comienza desde muy temprano, en la madrugada, ya que hay quienes se encargan de armar los gacebos más grandes y proveer de mesas y caballetes a los puesteros. Sobre el mediodía, a partir de las 11, muchas veces la calle principal, del mismo nombre que la feria, se vuelve intransitable.

Desde que se supo de la existencia del Covid en Uruguay, la feria pasó por diferentes etapas pero no dejó de funcionar. En un primer momento, marzo – abril, la cantidad de puestos se redujo a un tercio, la gente iba a comprar lo esencial, y muchos tuvieron que cambiar de rubro: por ejemplo, las chicas que vendían arepas venezolanas se pusieron a vender productos de limpieza. Para quienes no hayan pasado nunca por la feria, comprar arepas un domingo implica hacerse el tiempo y esperar un rato, ya que tienen tanta o más demanda que el clásico chori.

En esa primera etapa se prohibió, al menos por la calle Tristán Narvaja, que hubiese puestos que no fueran de productos esenciales. A partir de mayo-junio, y en vistas de que no hubo un aumento grande de casos en el país, el movimiento se fue normalizando. Los feriantes de siempre volvieron, la gente aumentó y de a poco fue pareciéndose a la feria de siempre. Actualmente la circulación de gente es la habitual, pero claramente se siente la falta de turistas, sobre todo en algunos rubros en particular, como artesanía, objetos de arte y antigüedades.

Pasear por Tristán es una experiencia que puede ser un viaje en el tiempo: de todo lo que se ve allí no dejan de llamar mi atención las antigüedades, esos objetos conservan cada uno una historia, un recorrido familiar, un viaje en barco, un origen y un uso.

Hace algunos años conseguí por allí una caja de madera, con tres componedores manuales de tipografía móvil, un juego de tipografías de bronce, de origen francés. Quizá fue lo más curioso que encontré por allí y ahora forma parte del taller, para dorar lomos y tapas de forma manual.

Se pueden hacer diferentes ejercicios, al estilo de “Intento de agotar un lugar parisino”, de George Perec, ese ejercicio de escritura que él hace desde una plaza de París, y es una larga lista de cosas que él ve, siguiendo diferentes guías de escritura: ómnibus, materiales, objetos que lleva la gente, etc. 

 

En el caso de Tristán, se podría hacer un ejercicio con colores: ¿cuántos colores, por ejemplo, en un puesto de frutas y verduras? Sin embargo, la sensación de quien se aventura por allí es que la feria es en sí misma un recinto infinito de posibilidades, matices y lenguaje.







 

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