Una poética de la resistencia

La charla se nutre de silencios, de pausas marcadas casi como versos. Su lectura de poesía y su forma de contar por momentos se confunden. Explica que para escribir La vista prácticamente se encerró a ver películas durante un verano “me reencontré con las que eran las películas de mi vida”. Y para buscar la voz poética de cada uno, se apoya en Deleuze: “se trata de relacionarse sólo con aquellos libros que contienen en sí las moléculas del lector”.
- Hay un lugar común en algunos escritores que es haberse arrepentido del primer libro. ¿Por qué decís que te pasó eso con tu primera publicación?
- Bizarría (1997) es un libro que publiqué a los veinticuatro años, y empecé a trabajar alrededor de los veintidós. Y sí, efectivamente como reza el lugar común, es un libro del cual hoy me arrepiento, cuando digo me arrepiento lo que quiero decir es que de poder volver atrás quizá hubiera elegido no publicarlo, no es que me arrepiento de haberlo escrito, sino que quizá no era el tiempo para publicarlo. Por lo general es un libro que suelo no leer en las lecturas públicas, no hacer circular en la medida de lo posible. Es muy ligado a una estética que yo compartía en ese momento, a un imaginario que yo compartía, más ligado a los poetas malditos, que después bastante rápidamente fui abandonando, con lo cual para mí ese libro quedó un tanto anacrónico en cuanto a mi evolución personal.
- Por ese entonces hacía seis años que estabas en Buenos Aires ¿qué fuiste a buscar allá, cómo surgió la decisión de irte de Resistencia?
- Llegué a Buenos Aires a los diecisiete años, apenas terminado el colegio secundario y en realidad yo creo que lo que vine a buscar es algo que me conmueva y creo que ese algo tenía mucho que ver con el mundo de los libros, con el mundo de la poesía. Una de las cosas que seguramente vine buscando acá fueron interlocutores; que era algo que me faltaba en Resistencia, que es una ciudad muy pequeña o un pueblito grande, se puede pensar de las dos formas; donde el movimiento cultural que había en esa época era bastante escaso. Tuve la suerte de contar con un par de personas, entre las que esta una Profesora de Literatura del colegio secundario, que pudieron ser interlocutores y me abrieron un mundo. Por suerte pude contar con una biblioteca familiar gigantesca, fundamentalmente de mi padre que también me abrió un montón de ventanas al mundo, pero bueno, había también una gran escasez ¿no? y había en mí una gran avidez, una gran necesidad de otra cosa; de poder acceder a más libros, de poder acceder a películas. Desde muy chiquita tuve también una gran pasión por el cine. Resistencia es una ciudad que tenía un solo cine; incluso ese único cine durante mi adolescencia se cerró, con lo cual pasó a ser una ciudad sin cine y esto para mí era una verdadera tragedia, una verdadera falta. Creo que en realidad lo que venía a buscar a Buenos Aires es eso, un deslumbramiento y en muchos sentidos lo encontré.
- ¿Qué pasa en los cuatro años que transcurren hasta Geología (2001), cómo llegas a ese libro?
- Una de las cosas fundamentales que pasaron entre Bizarría y Geología fue la aparición en mi vida y en mi escritura, de Diana Bellessi. Fue mi gran maestra, yo ya había empezado a trabajar con ella cuando estaba terminando Bizarría, pero siento que el gran trabajo con ella fue durante los cuatro años en que escribí Geología. Ahí me parece que se produjo con mucha ayuda de ella, lo que pudo dárseme como una apertura de mi imaginario. Algo que puede parecer muy sencillo, pero que en realidad no lo fue, tuve que hacer todo un camino para llegar ahí, que fue nada menos que la vuelta a las fuentes. Geología es un libro que recupera gran parte de mis experiencias de infancia y mis experiencias en relación al Chaco.
- ¿Con ella hiciste clínica de obra o taller literario?
- Hice un trabajo de taller, con Diana. Pero mucho más allá de un trabajo de mera corrección de los textos, lo que se hace es mucho más. Empecé hablando de los grandes interlocutores, quizá Diana fue y es “la” gran interlocutora para mí. Los diálogos que pude entablar en ese momento con ella me abrieron la cabeza definitivamente. Me permitieron dejar atrás un montón de cuestiones que para mí eran lastres en relación a la escritura.
- Otra persona que nombrás es Susana Villalba. Ella en un ensayo dice “soy una lampalagua de Horacio Quiroga en un café”, sobre su forma de sentirse en Buenos Aires ¿qué sentís que te aportó Susana a vos?
- En particular un libro de ella -me fascina la poesía de Susana Villalba-, un libro muy iluminador que es Matar a un animal, del año ‘97. Pude identificarme ahí con un modo de decir y además me pude identificar con un modo de estar. De alguna manera ella me devolvió esa imagen con la que yo me había encontrado de la ciudad y lo que es vivir en una ciudad como Buenos Aires. Me parece que en los libros de ella está claramente enunciado, es una de las grandes cuestiones de la poesía de ella; qué sucede con los seres en esta clase de vida y los modos de relación con los otros que instala una ciudad. En ese sentido, ese libro fue para mí iniciático y coincide con la época en que descubro a Diana Bellessi y todas las poetas mujeres de generaciones posteriores a la mía.
- Tu tercer libro es La vista (2002) ¿Qué tiempo te lleva escribirlo? ¿Cómo surge?
- En general… más que en general yo siempre en la vida he trabajo mas bien con una idea de libro, no con una idea que surge a priori, sino como algo que se impone. Empiezan a aparecer poemas que tienen una ilación muchas veces temática, a partir de un cierto hilo conductor como fue Geología, o como las cartas de Katherine Mansfield para Abrigo. En el caso de .la vista fueron las películas. Es un libro que se arma de una manera bastante curiosa porque lo escribo durante un verano, a diferencia de Geología que es de largo aliento, estuve cerca de cuatro años escribiéndolo.
Con la vista pasó algo muy diferente, escribí los poemas durante un verano en que prácticamente me encerré a ver películas; me reencontré con las que en ese momento eran “las” películas de mi vida, las más recordadas, más amadas para mí y escribía uno o dos poemas por día, en base a cada una de esas películas… por supuesto que algunas de las películas se resistieron, no se dejaron escribir y quedaron en bocetos ¿no? Y otras inmediatamente… fue sencillo para mí trasladar al otro lenguaje. Pero es un libro que en realidad escribí en muy poquitos meses, además se dio que con el libro todavía en escritura y en corrección apareció la posibilidad del premio en España, con lo cual se aceleran los tiempos de publicación. Nació un poco vertiginosamente y se publicó así, un poco apurado.
- Hugo Gola dice que cada poeta tiene su ritmo de producción, su propio tiempo ¿con este libro modificás tu forma de trabajar?
- Sí, creo que algo de eso hubo. Pero me parece que no sólo cada poeta tiene su tiempo, sino que cada libro tiene su tiempo. Creo que la vista ya había nacido con ese vértigo y esa urgencia, por ahí apareció una exigencia temporal externa, digamos, pero me parece que de por sí es un libro que no hubiera continuado demasiado tiempo con la corrección. Surgió así, urgido por decir algo y en poco tiempo. Cosa que también me ha pasado otras veces, Abrigo también es un libro que escribí en pocos meses.
- Se dice que el poeta debe encontrar la voz poética ¿qué es para vos y cómo lo transmitís a un alumno de taller? ¿para qué sirve la voz poética?
- Te haría un rodeo para contestarte la pregunta porque… hace poco tiempo estaba leyendo un texto que lo estoy pasando a todos los alumnos de taller, es un texto de Deleuze donde él no habla de encontrar la voz poética, sino cómo encontrar “los libros”, aquellos libros que son para cada uno. Él dice que más bien se trata de relacionarse sólo con aquellos libros que contienen en sí las moléculas del lector. Como que cada libro contiene en sí determinadas moléculas y que debemos leer aquellos libros que están conectados con nuestras propias moléculas.Y por ende sólo debemos relacionarnos con aquellos libros que amamos. Traigo esto a colación porque me parece que en el encuentro con una voz personal hay mucho de esto, de cuáles son las lecturas a través de las cuáles uno logra acercarse… creo que no es sólo a través de la escritura que uno va encontrando su propia voz, sino también de los autores a los que se acerca. Uno de los modos de entrar en contacto con esa propia voz o con esas propias moléculas como diría Deleuze, tiene que ver con respetar esto, respetar la elección de leer sólo aquello que verdaderamente nos conmueva. Él dice en ese mismo texto “no detenerse ni un solo minuto a criticar, si un libro no es para uno, no es para uno”. No gastar ese tiempo en criticar, sino en buscar aquellos libros que nos hablan a nosotros.
- Lo sentís a eso como motorizador de la escritura propia…
- Sí, absolutamente. La escritura poética es necesariamente un diálogo con otro, con otras personas y también con otros textos. No concibo la posibilidad de escribir poesía sin esos otros.
- ¿Hay una sola voz poética o hay varios tonos o registros en cada libro?
Pienso en un caso como Pessoa o Pizarnik.
- Creo que puede haber diferentes registros en una única voz. Tiendo a pensar que es bastante difícil escapar de la propia voz, aún en Pessoa con los heterónimos, hay ahí una voz lo suficientemente sólida como atravesar todos los registros, que es la voz de ese poeta transformado, transmutado cada uno en su heterónimo, pero me parece que siempre manteniendo esa solidez. Las variaciones tienen más que ver con la cuestión del registro que se adopta en cada libro. Soy más bien de la idea de que hay una voz no a encontrar, sino a dejar que nos encuentre.
- En “El secreto” (2005) cada poema tiene dos versiones, una más oral y otra más depurada ¿por qué esa elección o para qué?
- Muchas veces en mis libros trabajo con esta lógica del diálogo, entrar en diálogo con, tomar las películas y versionarlas, conversar con ellas desde el registro de la poesía, o las cartas de Mansfield, volverme interlocutora de esas cartas. Acá hay una operación bastante parecida, tomar estos jirones, estos fragmentos de discurso de una persona amada, una persona familiar perdida, como rescatar todo esto y de alguna manera traducirlo al lenguaje poético. Con lo cual lo que se establece es también una especie de conversación. Más bien en este libro el intento fue acompañar esa voz, que esa voz no quede resonando sola.
- Fuiste creadora de varios ciclos de lectura de poesía. ¿Qué lugar ocupan esos lugares para vos? ¿Son una especie de moda o lugar de encuentro?
- En realidad, más que pensarlos como una moda siempre los he sentido como una necesidad. Los circuitos de circulación de poesía son muy restringidos, es bastante complejo encontrar los libros, no sé como es en Rosario, acá hay dos o tres librerías mas bien especializadas donde uno sabe que se va a encontrar con determinados autores, pero los libros se agotan o se pierden, con lo cual hay una pérdida, una dispersión de un montón de voces muy valiosas. Los ciclos permiten cierta circulación que de otro modo sería muy difícil. Son también espacios de encuentro o de diálogo. Lamentablemente, en general el diálogo se establece entre poetas… lo cual no me parece mal, pero sería realmente maravilloso que pudieran convocar más ampliamente y que no sólo los poetas escucharan a los poetas.
- De las formas de lectura que existen, por ejemplo lecturas performáticas ¿qué procedimientos te interesan?
- Siendo muy honesta, lo performático no es algo que me interesa demasiado, sacando a la gran Marosa Di Giorgio, de ahí en adelante realmente no he escuchado algo que me conmueva, que me despierte, que realmente me interese. En ese sentido quizá tengo una postura un poco conservadora, digamos. Me encanta escuchar a cada poeta leer con sus posibilidades, con sus limitaciones, con sus emociones, con sus fobias (risas), con sus incapacidades a veces, porque se trata de dos registros muy diferentes. El registro oral, poner el cuerpo; y el registro propio del poeta que es desde la soledad o el silencio al papel o la computadora. Eso hace que muchos de nosotros, me incluyo, tengamos dificultades para leer en público o sea una circunstancia bastante aterradora. Prefiero eso, esa autenticidad, ese sentarse ahí y decir el poema como se pueda. Me parece infinitamente más conmovedor, aún con sus grietas y sus fallas.
- En el poema Resistencia escribís: Una vez la lluvia nos sitió por tres días y tres noches. ¿Qué imágenes traés allí?
Una buena parte de lo que cuenta el poema es real, si bien hay parte de fabulación. Resistencia es una ciudad que se inunda constantemente, sobre todo en aquellos tiempos, antes de la construcción de las defensas de tierra de las que habla el poema, entonces la presencia de la invasión del agua era siempre una amenaza con la que se convivía, de que en cualquier momento la casa quedara a merced del agua. Lo cual tiñó a una parte de mi infancia de esa sensación de expectativa, de curiosidad, de amenaza. En ese poema, algo de lo que traté de volver a traer eran esas sensaciones, por supuesto de una manera más bien fabulada. Es ya un mito, digamos.
-También decís Aquí, el uniforme de guerra incluye botas de lluvia amarillas…
¿Qué incluye el uniforme de guerra en Buenos Aires?
- En mí personalmente incluye libros, muchos libros, para poder sobrevivir acá necesito la compañía de muchos libros, necesito de los talleres, del intercambio y de la creación que me genera el propio taller, esas son las cosas que colaboran en la supervivencia para mí acá. Además los afectos, por supuesto.
De Abrigo (2004)
Quisiera que me cuides
como se cuida a aquéllas personas enfermas
que ignoran la grave naturaleza de su mal:
suavemente, sin ningún gesto rotundo
de amor que las alarme,
les revele de repente la verdad.
De El Secreto (2005)
Dice: ya no hay nada que temer.
Si cosas tan frágiles
como el olor de la tierra mojada, permanecen,
y hasta crecen, en medio de la tormenta,
es porque lo invisible está a salvo
de la prepotencia.
De la vista (2002)
París, Texas
Me gustaría contarte lo que veo, hablarte
de los hoteles abandonados apareciendo de la nada
en el medio de la carretera como castillos solitarios
cuyos puentes levadizos hubieran sido
dinamitados hace tiempo. Me gustaría
contarte lo que veo pero es imposible
hallar un dolor que condescienda
a ser narrado. ¿Vale la pena entonces,
emprender tan largo viaje para ir de nuevo de un extremo
a otro del silencio? También es imposible
callar por completo: sé que terminaré por llamarte,
como se llama a alguien cuando se está a oscuras,
sin el auxilio de la voz, un estremecimiento
semejante al de esas luciérnagas
que al chocar contra un parabrisas en la ruta,
se deshacen esparciendo una nube pequeña
de polvo y luz, y ésa -quizás- es su idea
de un encuentro.
Entrevista publicada en la revista Tropofonia - Nº 4 - Noviembre ‘09
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